En su cuadro transforma las imágenes del cuadro en que se inspira. La modificación más original con respecto al cuadro holandés consiste en el aumento de tamaño de las figuras humanas y animales, y la supresión o desenfatización de los objetos inanimados.
Ojos, nariz y boca permanecen dentro de un círculo que representa la cabeza y, que a su vez, está simplificada al máximo rodeada de un halo blanco, de donde salen un pequeño bigote descolocado y un mechón de cabellos que parecen rodear a una pequeña oreja.
El guitarrista sujeta el instrumento, quizá lo más reconocible de toda la composición, mientras se ve rodeado por una multitud de animalillos, plantas y pequeños objetos que parecen bailar al son de la música. La simplicidad es extrema, los colores planos se enmarcan en líneas muy definidas. Una ventana abierta a la izquierda deja ver un paisaje igual de alucinante que el interior de la sala. Todo está dotado de una imaginación y creatividad entre genial e infantil, como en resumen toda la pintura surrealista de Miró.
El color se aplica de forma plana, sin modulaciones. Esta obra contiene aún gran variedad de colores, pero el proceso de simplificación de Miró le llevó a reducir la gama hasta utilizar casi exclusivamente los colores primarios -rojo, amarillo y azul- separados entre sí por el negro o el blanco.
Los signos con que pinta los objetos se irán definiendo y simplificando a lo largo de su obra. Así, su pintura constituye una auténtica caligrafía en la que el arte consiste en la manera de elaborar el signo. Muy pocos artistas han sido capaces de crear sirviéndose de tan pocos elementos.
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